Tenemos un cachorrito nuevo: Winston. Muerde, duerme, come… y una o dos cosas más. Ah, y cava. No lo hace como un juego. Cava túneles; como si estuviera escapando de la cárcel. Es impulsivo, feroz y sucio.
¿Por qué este perro cava tanto?, me pregunté hace poco. Luego reflexioné: yo también soy un cavador; propenso a «cavar» en millares de cosas que espero que me hagan feliz. No siempre son cosas malas, pero cuando me obsesiono con encontrar satisfacción en algo aparte de Dios, me vuelvo un cavador. Cavar en busca de significado me deja cubierto de suciedad y anhelando algo más.
Jeremías reprendió a los israelitas por ser cavadores: «me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jeremías 2:13). Dios disciplinó a su pueblo por descuidar buscarlo a Él. Habían cavado sus propios pozos en un intento de saciar su sed más intensa. Pero Dios les recordó que solo Él es la «fuente de agua viva» (v. 13). En Juan 4, Jesús ofreció esta agua viva a la mujer junto al pozo, quien también había cavado en otros lugares (vv. 10-26).
Todos somos cavadores a veces. Pero Dios, en su gracia, ofrece reemplazar nuestras búsquedas inútiles con la satisfacción vital de su agua: lo único que satisface la sed más intensa de nuestra alma.
De: Holtz Adam