Mi sobrina de tres años está empezando a entender que puede confiar en Jesús en cualquier situación. Una noche, mientras oraba antes de acostarse durante una tormenta, juntó sus manos, cerró los ojos y dijo: «Querido Jesús, sé que estás aquí con nosotros. Sé que nos amas. Y sé que la tormenta se detendrá cuando tú le digas».

Sospecho que poco antes había oído la historia de Jesús y los discípulos cuando cruzaban el Mar de Galilea, en la que Jesús se durmió en la parte posterior de la barca justo antes de que un aguacero casi la diera vuelta. Los discípulos lo despertaron y dijeron: «Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?». Pero Jesús no les habló a ellos sino a la naturaleza: «Calla, enmudece» (Marcos 4:38-39).

De inmediato, el viento rugiente se detuvo y el agua dejó de entrar en la barca. Allí, en el silencio, Jesús miró a sus seguidores y dijo: «¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?» (v. 40). Me los imagino con el agua cayéndoles por la barba y los ojos bien abiertos, mirándolo.

¿Qué pasaría si hoy pudiéramos vivir con el asombro que los discípulos sintieron en aquel momento? ¿Si viéramos cada preocupación conscientes de la autoridad y el poder de Jesús? Quizá nuestra pequeña fe nos quitaría el temor y entenderíamos que cada tormenta que enfrentamos está bajo su control.

De:  Jennifer Benson Schuldt

Reflexiona y ora

¿Cuáles son las barreras para la fe en tu vida? ¿Cómo puedes recuperar una sensación de asombro hacia Jesús?
Jesús, aumenta mi fe.