Juan 15.1-8

Un vinicultor planta y cuida sus viñas con el propósito de que produzcan uvas. Dios, como nuestro vinicultor, nos anima a dar fruto espiritual. Quiere que nuestro carácter muestre que somos nuevas criaturas (2 Co 5.17), caracterizadas por el amor, la paz y la compasión en lugar del odio, la ira y el egoísmo. Por esta razón, los creyentes debemos vivir arraigados en Jesucristo, la vid verdadera.

Lucas 4.1 describe al Señor como “lleno del Espíritu Santo” después de su bautismo. La vida y el ministerio de Jesucristo fueron el resultado del poder del Espíritu, y cuando nos convertimos en creyentes, Dios envía al mismo Consolador a morar en nosotros. En el lenguaje de los viñedos, la savia de la vid fluye hacia la rama injertada, dándole vida y la capacidad de producir el tipo de fruto propio de esa planta. La rama y la vid se hacen una y, para que eso ocurra, debemos estar “arraigados y edificados en Él… rebosando de gratitud” (Col 2.7 LBLA).

Una vez que confiamos en el Señor Jesucristo como Salvador, el Espíritu de Dios vive a través de nosotros. Cuando seguimos al Señor con obediencia, el gozo y la paz que tenemos no dependen de las circunstancias, y Aquel en quien estamos arraigados es nuestro gozo y nuestra paz.

BIBLIA EN UN AÑO: EZEQUIEL 13-16