Efesios 4.17-24

Al poner su fe en el Señor Jesús, una persona se convierte en creyente y es santificada, es decir, apartada para los propósitos de Dios. A diferencia de la salvación, que ocurre en un instante, la santificación es un proceso que dura toda la vida. Los seguidores del Salvador debemos dejar que el Espíritu Santo nos guíe. Si ese ya es el caso, estamos siendo santificados. En otras palabras, estamos madurando progresivamente en la fe.

La lógica indica que para avanzar debemos dirigirnos hacia algo. Pablo explicó la misión del cristiano: ser más como el Hijo de Dios (Ro 8.29). El carácter, la conducta y la conversación de un creyente deben reflejar a Cristo. Dios ha dado a cada creyente al Espíritu Santo como maestro y guía, quien transforma mente y corazón para que reflejemos al Señor a quienes nos rodean. Al permitir que el Espíritu nos dirija, hablamos y actuamos conforme a nuestra verdadera identidad como hijos de Dios.

Nuestro Padre celestial quiere que sus hijos sean ejemplos vivos de Él. Sin embargo, no espera que seamos perfectos; sabe que no podemos estar libres de pecado por completo. Pero su Espíritu nos guiará sobre cómo pensar y actuar para que podamos “andar como es digno de la vocación con que fuimos llamados” (cf. Ef 4.1).

BIBLIA EN UN AÑO: LAMENTACIONES 1-2