Cuando mis dos sobrinas eran más pequeñas, me convencían de participar en un juego después de la cena. Apagaban todas las luces, y nos movíamos a tientas en la oscuridad, agarradas unas a otras y riendo. Les gustaba asustarse decidiendo caminar en la oscuridad, pero sabiendo que podían encender la luz en cualquier momento.
En su carta a los primeros creyentes en Jesús, Juan habló sobre decidir andar en un tipo diferente de oscuridad, las «tinieblas» del pecado (1 Juan 1:6). Este andar no es una situación momentánea, sino una decisión de continuar actuando mal. Juan nos recuerda que nuestro Dios santo «es luz» y que «no hay ningunas tinieblas en él» (v. 5). Por eso, cuando decimos tener una relación con Él pero seguimos pecando intencionalmente, «mentimos» (v. 6). Jesús, la luz del mundo, vino y afirmó: «el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).
Por la gracia de Dios, después de haber vagado en la oscuridad espiritual y acudido a Él arrepentidos, podemos volver a andar en su luz, tanto en sus caminos como en sus propósitos. Él promete «perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9). Una vida de obediencia a Dios es la única manera de disfrutar la bendición de una relación con Él y otros creyentes (v. 7).