Como joven periodista, rápidamente aprendí sobre el poder de una «acreditación de prensa». Esa credencial me daba acceso para conocer y entrevistar a atletas y celebridades antes o después de eventos importantes.
Sin embargo, después de recibir a Jesús como mi Salvador, me di cuenta de que los deportes y mi profesión se habían convertido en mis ídolos. Al obedecer el llamamiento de Dios a otra esfera, perdí mi acreditación de prensa pero gané mi acceso al trono celestial de Dios a través de la oración gracias a la muerte sacrificial y la resurrección de Jesús.
El escritor de Hebreos señala que un sumo sacerdote era designado como intermediario para entrar una vez al año al Lugar Santísimo y representar al pueblo ante Dios, para «ofrendas y sacrificios por los pecados» (5:1). Pero él también era un hombre mortal.
Luego, vino Cristo, nuestro perfecto Sumo Sacerdote. Cuando murió, el velo del templo se rasgó y dejó de existir la barrera entre Dios y la humanidad (Mateo 27:51).
Como nuestro amoroso Redentor nos ha reconciliado con su Padre, podemos orar directamente a Él: «Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro» (Hebreos 4:16).
¡Qué privilegio acceder al trono de Dios cuando hablamos con Él en oración!