Al vivir en un pueblo costero, a Valeria le encantaba el clima cálido, la fotografía de vida salvaje y estar en el agua. Y por sobre todo, ver el amanecer en el océano. Todas las mañanas, se levantaba antes del amanecer para observar el panorama. Calculaba que, a pesar del clima nuboso o los viajes, llegaba a ver más de 300 amaneceres frente al mar por año. Nunca se cansaba. A sus ojos, el amanecer contenía una gloria que no quería perderse de ver.
En Éxodo 34, leemos sobre el rostro radiante de Moisés, que reflejaba literalmente su glorioso encuentro con «el Señor» (vv. 29-35). Pablo dijo que, desde que Jesús vino, hay un ministerio aún más glorioso que el que experimentó Moisés (2 Corintios 3:7-8): el ministerio del Espíritu, que trae justificación (vv. 8-9). El plan de salvación de Dios tiene una gloria permanente que sobrepasa todo lo que vino antes (v. 10) y de la que podemos participar. El apóstol dijo: «nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen» (v. 18). Esa gloria progresiva no depende de nuestro buen rendimiento, sino del Espíritu Santo. Como las nubes en el amanecer, simplemente reflejamos cada día un poco más y mejor la obra gloriosa que Él está haciendo.
De: Karen Pimpo